Es positivo empezar el curso con tantos nervios y confianza como ilusiones y proyectos. Es interesante disponer de muchos puntos de vista para repensar las preguntas y, por supuesto, las respuestas. Es atractivo el reto que nos trae septiembre: conseguir DESPERTAR la curiosidad en nuestros alumnos.
Regresamos con los sueños a flor de piel, con energía para encarar cualquier desafío, para hacer de cada día el primer día de clase, ese en el que todo son expectativas y buenas intenciones.
Estamos convencidos de que hay que estar atentos a la diversidad de inteligencias, ser conscientes de que los contenidos son tan plurales como los alumnos que tenemos en las aulas. Nuestro propósito es un año más empezar con buen pie, con ganas de echar una mano a cada chico que nos llega, a quien está deseoso de vivir la emoción y la experiencia de aprender y también al que piensa que volver a clase resulta aburrido.
Aspiramos a que encuentren un significado a cada asignatura. Somos ambiciosos porque somos maestros. No podemos caer en el pesimismo ni seguir haciendo las cosas como siempre las hemos hecho. El futuro es prometedor a principio de curso. Tenemos unos cuantos meses por delante para convertirnos en personas significativas en la vida de unos chavales que también pueden servirnos de inspiración. Ellos también logran DESPERTAR en nosotros estrategias y habilidades con las que potenciar su talento.
No hay nada más pedagógico, más educativo, que entender que cada etapa, cada promoción, cada persona, es distinta, que se trata de enseñar despacio, con paciencia, con calma, pendientes no solo de los resultados sino de los esfuerzos. Lo peor que podría sucedernos es pensar que lo sabemos todo. La vida nos exige aprender siempre, avivar el entusiasmo por una vocación que nos obliga a afrontar el curso optimistas, a desafiar el presente con una actitud animosa y apasionada, la de quien sabe que para que la escuela funcione, avance, es necesario que la vida entre en ella. Solo nacer aprendemos a través de nuestros sentidos. Percibimos la realidad gracias a quienes nos cogen, nos arropan, nos transmiten su amor. Sería bueno que nuestros alumnos tuvieron prisa por llegar a casa para contar todo lo que han aprendido, todo lo que hemos sabido transmitirles con pasión. Nada de lo que se hace con ganas, con afecto, se pierde por el camino. Nuestro problema es que perseguimos la inmediatez, ver hoy los resultados, los cuales arriban a buen puerto mañana o después de mucho tiempo. Nuestras palabras, nuestras lecciones, el hecho de acompañarlos, nos exige ser pacientes, reconocer que en ocasiones la huella que dejamos en ellos se aprecia a largo plazo, que su paso por nuestras aula también echa raíces en nuestros mejores recuerdos como docentes.
Enseñar con emoción supone DESPERTAR su interés. Lo que guardamos en nuestra memoria es fruto de lo que no solo hemos aprendido con la cabeza sino también con el corazón.